Stratovarius, o cómo una banda pisa fondo y renace de sus cenizas

Y pensar que hace un año Timo Tolkki daba la extremaunción a uno de los emblemas del power metal. Stratovarius finiquitaba una temporada de tormentas internas que incluyó recambio de piezas y desvaríos nerviosos de su entonces líder. Es muy probable que nadie apostara un centavo por los finlandeses, que para asombro de los fanáticos consiguió reagruparse, lanzar un álbum notable y ofrecer una de las reinvenciones más impactantes de los últimos años.

Para festín de los seguidores locales, Stratovarius hizo escala en Santiago para demostrar la excelente forma musical en que se encuentran. De comienzo a fin, una celebración para los amantes del pariente más veloz, alegre y virtuoso del metal. La obertura de “Destiny” anunciaba cómo se venía la noche. Colmada de recuerdos de los mejores tiempos y cargada de hits como “Hunting High And Low”, “The Kiss Of Judas”, “Twilight Symphony”, “A Million Light Years Away” y “Black Diamond”.

Un espectáculo en que cada integrante mostraba aún más destreza que el anterior. Mención especial para Matias Kupiainen, un joven y hábil guitarrista capaz de imprimir el mismo sentimiento a los clásicos de Stratovarius. Y qué insigne momento el del solo de cuerdas junto al bajista Lauri Porra, cuando improvisaron una melodía que sonaba muy chilena e instó en el público el choque de palmas típico de la cueca. Una lástima que una banda tan afable sobre el escenario no destinase unos minutos para efectuar el meet and greet por el cual varios fanáticos reservaron una suma adicional.

Una jornada redonda en un coliseo inédito para el metal, el Espacio Broadway de la Ruta 68, local de excelente factura para cualquier evento, pero cuya falta de transporte colectivo coloca grandes trabas para recitales masivos. Los dos buses de acercamiento, pintorescamente bautizados como “El Seductor”, no dieron abasto para el número de asistentes que debía retornar a Santiago.

Recuerdos de metal II: hazlo tú mismo

Por acá otra vez. Sí, porque hace un rato me propuse escribir mis memorias, obviamente relacionadas con el metal que dicho sea de paso ha estado presente en mi vida y para quedarse.

Hace unas semanas revisaba en Internet efectos y pedales creados de manera artesanal por chilenos fanáticos de la electrónica aplicada a la música. Artificios de excelente factura y por completo factibles de ser exportados. En ese momento recordé aquellas interminables tardes de ensayo donde el mítico “Choche”, personaje para quien reservaré un capítulo entero. Escuchando a una banda de cuyo nombre hoy no me acuerdo, intentaba precisar cómo sacaban ese sonido afilado y chillón a la guitarra. Eso, hasta que vi el pedal que había en el suelo. El aparato llamó mi atención porque lucía a medio terminar, los cables asomaban hacia fuera y ni siquiera tenía controles. Era un auténtico efecto casero. Una joya, una reliquia, una pieza de colección. La filosofía del “DIY” o “hazlo tú mismo” se gestaba en los talleres de Electromecánica de la escuela Industrial. Increíble.

Tan increíble como cuando una mañana “Execration” se instala en el patio del liceo. Max, Pedro “Pepe” Fuenzalida y Perro dan play a un set list cargado de grindcore, con temas de culto como los de Cryptic Slaugther. Eso fue devastador y encaminó mis pasos hacia la formación de una banda. Caso similar pasó con los ya formados “Chaotic Death”, si no me equivoco en el nombre. Una tarde tipo ocho, en el gimnasio de la Industrial, se instalan Tomate “Pingo”, Jorge Soto y compañía y se mandan una seguidilla de cortes thrasheros de los maestros Kreator. Ahora que lo pienso, el hecho de que no existiera tanto aparataje hacía que las actividades parecieran más intensas y entusiastas y, como se concluyó en el foro que celebramos con Ciudad Metal este año, más románticas. En fin, quedo con la misión cumplida por ahora. Saludos a quienes han comentado esta sección. Hasta la próxima y les dejo unas rarezas extranjeras de aquellos tiempos. Recuerdos gloriosos de cómo eran la cosas.

“Ripper” Owens: una voz que ya no está para covers

Tim “Ripper” Owens acarrea su propia hinchada. Una que lo conoció cuando en el sueño dorado de cualquier fanático ocupó la plaza de frontman de su banda favorita, Judas Priest, y que interpreta el popular “Painkiller” con la misma devoción que corea un épico corte de Yngwie Malmsteen. Y es que el nativo de Ohio es una de las voces privilegiadas del heavy metal, aquellas capaces de llenar una catedral y encender como nadie el genuino espíritu del acero.

Desde su ingreso a las grandes ligas, Owens no ha parado de cantar. Tras su trabajo junto a los metal gods y luego en Iced Earth, el cantante formó Beyond Year y fue reclutado por Malmsteen para interpretar su producción más reciente. Hace pocos meses encabezó un cartel de figuras en la megabanda Hail y ahora el retorno era para promover su primer álbum solista, “Play My Game”. Aunque para bien o por desgracia, lo que el público demanda de su persona es el repaso obligado de los clásicos.

El espectáculo comenzó con Sangre de Acero. La banda destacó por la inmensa voz de Karina Contreras y un buen trabajo de guitarras. El segundo turno correspondió a Inquisición, quienes otra vez honraron sus pergaminos en una performance sólida y festiva desde su aparición ataviados cual monjes franciscanos. Paulo Domic destelló en su performance vocal, y la soltura de Manolo Schafler en las seis cuerdas hicieron que tocar la guitarra como él pareciera cosa de niños.

Acompañado de una banda soporte ciento por ciento chilena, “Ripper” abrió con “Electric Eye” y de ahí en más todo fue una fiesta. “Highway Star”, “Flight of Icarus”, “Symptom of the Universe”, “Breaking The Law” y “Living After Midnight”. En medio de los covers, el cantante filtró tres temas de su creación -“Believe”, “It is me” y “Starting Over”- pero ninguno igualó el entusiasmo de la audiencia cada vez que la guitarra de Schäfler insinuaba la interpretación de un hit.

Owens actúa como un nómade. Una lástima que teniendo un caudal de voz envidiable para cualquiera que intente pisar las arenas del heavy clásico no consiga establecer una banda que lo sustente. Una decisión quizá fundamentada en comodidad y costos, pero un intérprete de su estatura merece un sitio más estelar que el de mero cantante de covers. Para una nueva oportunidad anhelamos que “Ripper” deslumbre con un repertorio propio. Con semejante talento, no cabe duda que lo conseguirá.

Amorphis y CoB: brillante noche finlandesa en el Teatro Teletón

No sé en qué momento perdí la conexión con las preferencias adolescentes, pero cuando anunciaban una fecha de Amorphis y Children of Bodom daba por sentado que los segundos harían de cabeza de cartel. Grueso error. La interminable una fila de chiquillos vestidos con camisetas de la banda de Alexi Laiho que aguardaba impaciente la apertura de las puertas del Teatro Teletón establecía de manera inapelable quiénes cerrarían el espectáculo.

En su debut en Sudamérica, Amorphis tuvo solo una hora para sintetizar una decena de álbumes. “Sampo”, “Silver Bride”, “Black Winter Day” y “House of Sleep” formaron parte del setlist escogido por los finlandeses. Un concierto impecable que proyectó toda la sensibilidad épica contenida en el Kalevala, el poema nacional finlandés que ha inspirado su discografía. Mención especial para el vocalista Tomi Joutsen, quien se luce en la dualidad de su registro: limpio y gutural.

Children of Bodom irrumpió con un sonido aplastante. Alexi Laiho corroboró su destreza en la guitarra y la avasalladora pirotecnia musical causó delirio entre la audiencia. Despliegue que solo fue interrumpido por las constantes maldiciones proferidas por el frontman y los escupitajos arrojados como proyectiles en una competencia de longitud. “Needle 24/7”, “Silent Night, Bodom Night”, “Blooddrunk” y “Follow The Reaper” fueron algunos de los temas ejecutados.

Una noche brillante, coronada por un lleno total y la euforia del público chileno en su máxima expresión.

“El Diablo Negro”: desborde de sencillez y carisma en Rancagua

Katon W. de Pena no podría ser más simple. Sin divismos de ninguna especie y apenas terminado el concierto ofrecido en Rancagua, el magnético líder de Hirax recibe a los fans que se cuelan en el camerino situado en un segundo piso. Dispuesto a seguir la transmisión televisiva del encuentro Chile versus Venezuela, luce la camiseta oficial de La Roja e incluso se coloca un tricolor gorro de arlequín cuando posa para una fotografía.

La segunda fecha de los thrasher estadounidenses corroboró que su puesta en escena excede los márgenes de un concierto cualquiera: es una experiencia donde cada uno de los asistentes interpreta el rol principal. Quienes vieron el DVD “Thrash And Destroy” comprobaron que aquel registro es la fiel reproducción de su manera de abordar los escenarios. Una donde casi no existe límite entre público y banda, porque voces y manos se funden a cada instante.

“El Diablo Negro”, tema homónimo y alias personal, luce tonificado y jovial. Sobre la tarima, y arriba de los cinco centímetros que añaden sus botas de plataforma, Katon W. de Pena alimenta la energía de la audiencia en todo momento. Cruza los brazos haciendo el signo de los cuernos con ambas manos, sonríe enseñando una impecable dentadura y abre sus ojos de manera tal que parece que fueran a escapar de sus cuencas.

Su música es una apología al tempo acelerado del thrash. “The New Age Of Terror”, “Hate, Fear And Power” y “Hostile Territory” presentan la esencia más pura de un género que revolucionó los oídos en los ochenta y que parece vivir una segunda encarnación en nuevas generaciones. Una performance inédita en Rancagua que contó con la apertura de Nuclear, quienes a estas alturas son un aperitivo tan fuerte como el plato principal.