Ozzy vive. No es una momia, ni un vampiro, ni una marioneta, aunque algo de eso haya en sus movimientos torpes y sus aparentes problemas motores. Es una estrella del rock en toda la acepción de la palabra. Un tipo que ha vivido el frenesí del éxito para caer en el abismo toxicológico y levantarse en sus dos pies para renacer convertido en un auténtico mito.
La expectación antecedió la noche del Monsters of Rock. Me carcomía la curiosidad de saber en qué estado encontraríamos al abuelo buena onda de “Los Osbournes” y me invadía la angustia de observar a un héroe del heavy metal sin voz y sin el desplante escénico por el que se convirtió en leyenda. Un verdadero drama para quienes desembolsamos una no despreciable cantidad de pesos y que sabemos que las probabilidades indican que ésta será la última oportunidad de presenciar un espectáculo del Príncipe de las Tinieblas.
Luego de las actuaciones de Black Label Society y Korn, dos actos de nivel mundial, una hilarante introdución con Ozzy parodiando series y películas gringas como Lost y Los Sopranos y la obertura de Carmina Burana, la duda se despejó para los miles de fanáticos. La inconfundible melena, las gafas oscuras, la silueta algo encorvada del ícono emergía sobre el escenario de la Pista Atlética del Estadio Nacional. Para no creerlo. Momento de antología para toda una hinchada. El ídolo es de carne y hueso como cualquier mortal.
En términos técnicos, el pionero del hard rock interpretó canciones de su última placa, “Black Rain”, clásicos de la época Sabbath como “Iron Man” y “Paranoid”, que cerró el concierto de manera memorable, “Mr. Crowley”, “Crazy Train”, “Mama I’m coming home” y “Road to Nowhere”. Entre temas, el veterano rockero bebía agua y después cruzaba los brazos en señal de esperar alguna muestra de afecto del público. Y todos coreábamos “Olé, olé, olé, olé, Ozzy, Ozzy”.
No todos los días se es testigo de la encarnación de un mito. Me queda la sensación de asistir a un espectáculo irrepetible. Sin exageraciones. Y la impresión de observar un ídolo deteriorado no solo por una mujer con aguzado olfato para los negocios, sino por su propia historia, una de amplios excesos, de intoxicación y rehabilitaciones que dejaron una huella. Porque no pasas de la oscuridad a la luz sin cargar las correspondientes cicatrices.
Abril, 2008