“Ecliptica” de Sonata Arctica fue el primer compacto de metal que adquirí. Mi acercamiento al género fue tardío en comparación con otros seguidores. Pero como cuando descubres y atesoras cosas no por moda, sino por un gusto genuino, mi devoción es tanto o más férrea que la de muchos pseudo headbangers. En ese tiempo transitaba desde el pop rock de los sesentas, los comienzos del hard y el glam de los ochentas hacia un sonido más pesado. De oír The Doors, The Mamas and The Papas, Led Zeppelin, Guns n’ Roses y Skid Row a impactarme de lleno con el poderío de Iron Maiden. La placa de los finlandeses era lo más rápido que conocía hasta ese momento. Cuando la divisé en la vitrina de una disquería de Santiago -ni pensar que pudiese encontrarla en mi ciudad- mi ritmo cardíaco se aceleró. Aluciné con todas y cada una de sus canciones, me aprendí las letras -“My land”, “Letter to Dana”, “Kingdom for a heart”- y la felicidad fue infinita porque tuve la posibilidad de escucharlos en vivo justo en la época en que el heavy/power/epic metal vivía sus momentos de gloria. Hasta uno de sus rubios integrantes firmó mi ticket. Estas últimas semanas me he reencantado con el debut de la banda de Tony Kakko y también con “Silence”, el segundo de su discografía. Hasta allí llegué. Percibí que comenzaban a repetir la fórmula y que para eso bastaba quedarme con su mejor etapa. Sin embargo hoy siento algo de nostalgia por no haber asistido al concierto que ofrecieron durante el verano, ¿por qué no tomé sus discos antes?