Rata Blanca reventó la taquilla en Santiago. El antecedente de cancelaciones y cambios de recinto debido a la menguada venta de boletos para otras fechas programadas por estas tierras, cubría de un halo de dudas la convocatoria que conseguirían los trasandinos para un concierto que llevaba como epígrafe la celebración de los 20 años desde el lanzamiento de su trabajo más emblemático, “Magos, espadas y rosas”. Contra cualquier pronóstico agorero, el público cumplió.
En un Teatro Caupolicán atestado y a través de dos horas y media de show, los fanáticos locales honraron a la banda que durante dos décadas ha encarnado lo mejor del heavy metal y el hard rock emergido en América Latina e interpretado en castellano. Ese que halló su cumbre con un álbum clave dentro del rock argentino e iberoamericano, número fijo en cualquier conteo y del cual se desprenden dos himnos dentro de su discografía.
A las 21 horas se descorrió el telón, literalmente, para principiar el recital con la obertura y el track que titula su álbum más reciente, “El reino olvidado”. Pero no sería hasta el séptimo tema cuando iniciaran la presentación completa de la obra en cuestión a varias generaciones que no nacían a la música, o ni siquiera a la vida, al momento de que Rata Blanca estrenara este trabajo. Y la ejecución siguió el mismo orden del disco, partiendo con “Magos, espadas y rosas” y la balada “Mujer amante”, cuyas letras fueron coreadas de punta a cabo por toda la concurrencia, a la par de los agudos inconfundibles del cantante Adrián Barilari.
La interpretación de la placa, y a decir verdad el repertorio en su totalidad, sirvió para el lucimiento de Walter Giardino, un iluminado de la guitarra que deslumbra con cada movimiento de sus dedos sobre las cuerdas. O de sus incisivos en un émulo fugaz de Jimi Hendrix. Un músico que transita desde la efervescencia épica del power metal a la melancolía invernal de inspiración clásica, comunicando sus emociones al público con idéntica eficacia.
Casi a las 23.30 horas, y tras una actuación extensa e intensa, la banda se despedía de sus seguidores para continuar camino hacia el norte -Antofagasta e Iquique- donde también celebrarían junto a sus incondicionales el aniversario de “Magos, espadas y rosas”. Ya habían hecho lo propio en Concepción, desde donde viajaron por tierra debido a las vicisitudes del Cordón Caulle.
Texto por María Loreto Correa
Fotografías gentileza de Sebastián Domínguez/Necrosystem