Por acá otra vez. Sí, porque hace un rato me propuse escribir mis memorias, obviamente relacionadas con el metal que dicho sea de paso ha estado presente en mi vida y para quedarse.
Hace unas semanas revisaba en Internet efectos y pedales creados de manera artesanal por chilenos fanáticos de la electrónica aplicada a la música. Artificios de excelente factura y por completo factibles de ser exportados. En ese momento recordé aquellas interminables tardes de ensayo donde el mítico “Choche”, personaje para quien reservaré un capítulo entero. Escuchando a una banda de cuyo nombre hoy no me acuerdo, intentaba precisar cómo sacaban ese sonido afilado y chillón a la guitarra. Eso, hasta que vi el pedal que había en el suelo. El aparato llamó mi atención porque lucía a medio terminar, los cables asomaban hacia fuera y ni siquiera tenía controles. Era un auténtico efecto casero. Una joya, una reliquia, una pieza de colección. La filosofía del “DIY” o “hazlo tú mismo” se gestaba en los talleres de Electromecánica de la escuela Industrial. Increíble.
Tan increíble como cuando una mañana “Execration” se instala en el patio del liceo. Max, Pedro “Pepe” Fuenzalida y Perro dan play a un set list cargado de grindcore, con temas de culto como los de Cryptic Slaugther. Eso fue devastador y encaminó mis pasos hacia la formación de una banda. Caso similar pasó con los ya formados “Chaotic Death”, si no me equivoco en el nombre. Una tarde tipo ocho, en el gimnasio de la Industrial, se instalan Tomate “Pingo”, Jorge Soto y compañía y se mandan una seguidilla de cortes thrasheros de los maestros Kreator. Ahora que lo pienso, el hecho de que no existiera tanto aparataje hacía que las actividades parecieran más intensas y entusiastas y, como se concluyó en el foro que celebramos con Ciudad Metal este año, más románticas. En fin, quedo con la misión cumplida por ahora. Saludos a quienes han comentado esta sección. Hasta la próxima y les dejo unas rarezas extranjeras de aquellos tiempos. Recuerdos gloriosos de cómo eran la cosas.