A las cuatro de la tarde en punto comenzó un encuentro de antología en el majestuoso Teatro Caupolicán. Warpath fue el encargado de abrir una jornada repleta de emociones ante una heterogénea concurrencia. Había veteranos ansiosos por escuchar en vivo a sus héroes de adolescencia y una audiencia más joven, casi extraída desde una cámara de criogenia de los ochenta, que lucía chaquetas de mezclilla sin mangas, poleras blancas, zapatillas ídem y el distintivo corte de pelo thrasher.
En verdad fue asombroso constatar cómo disfrutaba todo ese público amalgamado en un evento de tal magnitud. Era el turno de los master de Nuclear con un show demoledor, thrash metal al hueso que en vivo suma fuerza y agresión. A mi juicio debieron estar más hacia el cierre y fueron quienes tuvieron el mejor sonido, considerando que todo el show mantuvo un nivel de excepción.
En tercer lugar vendría Kingdom of Hate, quienes me sorprendieron por la frescura de su propuesta, sin perder los riffs típicos de guitarra, excelente definición de ideas y un trabajo vocal bastante contemporáneo que aporta un toque distinto a esta apuesta de metal chileno.
Era el tiempo de la ola death metal con Execrator. Aquí ocurrió algo con el sonido. No sé si producto de tantos cambios, pero en algo bajó la recepción, lamentablemente cuando hablamos de un estilo que requiere de precisión para que todos los cortes se entiendan. Le sucederían los maestros de Sadism, a quienes sigo desde sus inicios. Alguna vez a principios de los noventa tocaron en Rancagua y quedaron botados tras el show. Cuento corto, la media patota de tipos terminó en mi casa. Inolvidable. Me sucedió algo extraño y no es primera vez. Ya en Morbid Angel sentí lo mismo. Aunque los músicos tocan mejor que nunca no consigo distinguir los tramos pegados de sus temas, sobre todo de los clásicos, que como devoto de la banda seguí casi por instinto. Quizá haya que chequear el sonido en vivo.
A esa altura el lleno era total y salen al escenario los veteranos de Slavery, quienes tampoco alcanzaron su más alto nivel en vivo. Destacable la incorporación en la batería de Gabriel Fierro, quien le da un toque mucho más técnico y veloz a las bases.
Era la antesala del plato de fondo, una de las bandas más longevas de la escena: Dorso. Tal como cuenta Rodrigo “Pera” Cuadra en su presentación con clavos de cuatro en los brazos y la habitual puesta en escena. Aquí el sonido retomó su claridad y aunque jamás ha sido mi banda favorita, su presentación fue de lujo. Una de las más potentes e incluso superior a la de los esperados Pentagram. Hay que ser justo y decirlo.
Ya ansiosos por ver lo que nos presentaba Pentagram, los nervios provocaron una falta de coordinación en los minutos previos al inicio del show. La intro salió antes que los músicos estuvieran dispuestos para comenzar, aunque ello no disminuyó un ápice el interés del público. Todos sabemos que su repertorio no es el más amplio, pero verlos tocar y sonar como una de las bandas con más proyección de la época es impagable.
Inician una seguidilla de tracks de sus dos demos más unos insertos (covers) de sus mayores influencias: Slayer, Venom y Exodus.
A esa altura la potencia era máxima, todos coreaban los temas y los covers. Anton llamó a hacer el mosh más grande de la historia y el teatro se movía como un mar picado. El éxito fue total y Pentagram se despidió de su fiel público repitiendo un tema de su breve setlist. Era el cierre de la primera cumbre, una que rescató a las bandas pioneras del metal en Chile. Obviamente faltaron nombres, pero fue un paso importante y no dejamos de pensar en una segunda versión e incluso una tercera, segmentando por períodos y subgéneros.
Por Sergio Evans
Fotos por Bianca Zapata y María Loreto Correa