Soulfly: danza tribal en la hoguera

Lo de Soulfly el pasado martes en el Club 334 fue un verdadero desafío a la resistencia. La sola imagen post concierto de decenas de jóvenes estrujando sus poleras a la salida del local, habla tanto de la intensidad del show ofrecido por la banda del ex Sepultura como de las falencias del recinto de San Diego para enfrentar conciertos con un lleno total.

A eso de las 21.20 horas se apagan las luces y la expectación del público se hace sentir. La banda sube al escenario en medio de aplausos y gritos y encienden la primera chispa de la noche con “Rise of the Fallen” que, como una onda de energía pura, hace saltar a todos los fanáticos que acudieron a la cita. El sonido no es el óptimo, pero con el paso del show mejorará bastante.

Max moja al público, pues ya se comienza a sentir el calor dentro del local, y enseguida ataca con las ineludibles llamaradas de “Prophecy”, “Back to the Primitive” y “Downstroy”, que definitivamente hacen arder el local. La performance de la banda es agresiva, los temas acelerados y el público responde en consecuencia con mosh, brincos y personas cayendo en flujo constante tras la barricada.

Tras “Seek ‘n’ Strike”, en que Cavalera es generoso con el agua y saluda al público de la primera fila chocando palmas, vendría la primera visita a los imprescindibles Sepultura. El doblete principia con el clásico “Refuse/Resist”, en cuyo intermedio el mosh fue una hoguera de la cual muchos salieron malheridos en busca de agua y aire, seguido de “Territory”, durante el cual la bandera chilena permanece anclada al micrófono del vocalista para quedarse allí el resto del concierto.

La energía del espectáculo y la brutalidad de los temas de Soulfly hacen que algunos salgan del local en busca del aire que adentro escasea, mientras otros se retiran hacia los costados o el fondo para un momento de descanso. Pero a la banda esto poco le importa y continúa avasallando a la audiencia con una brutalísima versión de ‘Porrada’. Durante el solo de batería por parte de Zyon Cavalera, sube un joven del público quien, tras abrazar a Max, lo acompaña en la percusión culminando su paso por el escenario con un “Viva Chile conchetumadre” que saca aplausos.

Tras solo un par de golpes en la batería el público intuye que la próxima descarga será “Tribe” y comienza a corear la introducción a la que se unirá el mítico vocalista y, tras este tema, otro corte asesino diseñado para headbanging puro: “Bring it”. Cavalera nunca ha sido hombre de concesiones, lo suyo es la música dura y las versiones en vivo de los temas son demoledoras, haciendo aún más agresivas, incluso, las clásicas composiciones de Sepultura. Esto quedaría más que claro tras “Troops of Doom”, “Arise”, que tocó unida a “Dead Embrionic Cells” e “Inner Self”, tripleta ovacionada y durante la cual de nuevo arde el mosh y abarca gran parte de la concurrencia. En una muestra de amistad con el público chileno, Cavalera toma el micrófono y anima al público con el clásico grito “Olé, olé, olé, olé, Chile, Chile”, a lo que los presentes responden con el respectivo “Olé, olé, olé, olé, Soulfly, Soulfly”.

El piso del Club 334 brilla por el sudor y la humedad generada por el calor, pero la banda no detiene su maquinaria y sigue asestando golpes como “No” y “Attitude”. El público tampoco se amilana y retruca con fuerza a este llamado de la selva. Max sube al escenario a sus hijos Richie e Igor -Zyon ya está en la batería- para una brutal versión de “Revengeance”. Los hijos del patriarca demuestran una actitud metalera que se extraña en parte de las nuevas generaciones, acompañando el tema con voces guturales y violentos gritos, exhibiendo un gran desplante sobre el escenario. Luego, un clásico de Sepultura, “Roots Bloody Roots”, otro himno ovacionado por los sudados, golpeados y cansados asistentes.

El frontman pide al público que se siente en el piso, el húmedo piso, cosa que unos pocos acatan aunque serían prontamente interrumpidos por el grito de “Jumpdafuckup!!!!” que da inicio al tema del mismo nombre y de nuevo los cuerpos vencen el cansancio para entregarse a la vibra de Soulfly. Max, sin guitarra, aparece con la camiseta de la selección chilena de fútbol, lo que saca aplausos y conmina al público a ondear sus poleras, agitando la propia al ritmo del “Olé, olé, olé” en lo que sería un momento de gran conexión, poco antes del gran final. Éste llegaría con la clásica y coreada “Eye For an Eye”, que cerraría un buen show por parte de una de las grandes bandas de metal actual, por desgracia en un recinto de capacidad reducida, sin ventilación y los baños principales deshabilitados.

A la salida quedan el cansancio, el sudor que debes estrujar de tu polera y la extraña sensación de haber presenciado un gran show, aunque de una muy mala manera. Todo bien por parte de Soulfly, pero creo que todos esperamos poder acogerlos mejor en una próxima oportunidad e ir subiendo el nivel de producción de eventos de este tipo, pues no solo restan todo el avance que ha habido en las últimas décadas, sino que también posiblemente dejan un mal recuerdo en quienes vienen a visitarnos. En este caso, Soulfly y su miembro más importante, influyente y próximo a Chile: Max Cavalera.

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Por Juan Pablo Rodríguez
Fotos por Julián Pacheco